jueves, 10 de julio de 2008

El "Giro a la izquierda"


Por Javier Ortiz


He oído desde 1976 tantas promesas fallidas de los partidos políticos en el poder –o con ansias de ocuparlo en breve plazo– que el escepticismo no sólo me parece un derecho, sino incluso una obligación.


En el reciente Congreso del PSOE, el presidente del Gobierno ha anunciado su voluntad de promover determinadas reformas sociales que conectan con los deseos de lo que suele denominarse “la izquierda”. Sin embargo, en casi todas esas promesas se ha mostrado sumamente inconcreto en materia de plazos de ejecución. Y en varias de ellas se aprecian incongruencias nada tranquilizadoras.


Pongamos el caso de la defensa de la aconfesionalidad del Estado. Si de veras se tratara de ponerla en práctica (¡30 años después de aprobada la Constitución!), ¿por qué no haberse juramentado ya a suprimir el cuerpo de los capellanes castrenses, a acabar con los funerales de Estado oficiados por clérigos (la excusa de que “no existe una ceremonia alternativa” roza la tomadura de pelo), a poner fin de una vez a las ofrendas anuales del Jefe del Estado al Apóstol Santiago, a la esperpéntica participación de unidades militares y policiales en las procesiones religiosas y a todas las demás prácticas atávicas propias del nacional-catolicismo?


Resulta escamante también, y mucho, que Zapatero hable de la necesidad de buscar el consenso en asuntos sobre los que no hay nada que discutir, puesto que las posiciones de todos los partidos están ya más que claras y, además, resultan inconciliables, porque son de principio. ¿Alguien se piensa que el PP, por mucho que se dialogara con él, podría llegar a aprobar una ley de plazos para el aborto u otra que propiciara la eutanasia en determinados supuestos? En ambos asuntos, las cuentas parlamentarias pueden hacerse ya, sin más dilación.


Cada vez que me encuentro con resoluciones programáticas que emplean expresiones tales como “se favorecerá...”, “se buscará una progresiva evolución en la vía de...”, “se trabajará en lo posible para...”, “cuando se reúnan las condiciones necesarias...” y demás vaguedades, me pongo en guardia. Son típicas de quien quiere aparentar, agradar sin atender, amagar sin dar.

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(Aparecido en Público el 10 de julio de 2008)

Viñeta de Kalvellido

domingo, 6 de julio de 2008

Collar de historias

Por Eduardo Galeano

Nuestra región es el reino de las paradojas.


Brasil, pongamos por caso:

paradójicamente, el Aleijadinho, el hombre más feo del Brasil, creó las más altas hermosuras del arte de la época colonial;


paradójicamente, Garrincha, arruinado desde la infancia por la miseria y la poliomelitis, nacido para la desdicha, fue el jugador que más alegría ofreció en toda la historia del fútbol;


y paradójicamente, ya ha cumplido cien años de edad Oscar Niemeyer, que es el más nuevo de los arquitectos y el más joven de los brasileños. ***


O pongamos por caso, Bolivia: en 1978, cinco mujeres voltearon una dictadura militar. Paradójicamente, toda Bolivia se burló de ellas cuando iniciaron su huelga de hambre. Paradójicamente, toda Bolivia terminó ayunando con ellas, hasta que la dictadura cayó.


Yo había conocido a una de esas cinco porfiadas, Domitila Barrios, en el pueblo minero de Llallagua. En una asamblea de obreros de las minas, todos hombres, ella se había alzado y había hecho callar a todos.


-Quiero decirles estito –había dicho-. Nuestro enemigo principal no es el imperialismo, ni la burguesía, ni la burocracia. Nuestro enemigo principal es el miedo, y lo llevamos adentro.


Y años después, reencontré a Domitila en Estocolmo. La habían echado de Bolivia, y ella había marchado al exilio, con sus siete hijos. Domitila estaba muy agradecida de la solidaridad de los suecos, y les admiraba la libertad, pero ellos le daban pena, tan solitos que estaban, bebiendo solos, comiendo solos, hablando solos. Y les daba consejos:


-No sean bobos –les decía-. Júntense. Nosotros, allá en Bolivia, nos juntamos. Aunque sea para pelearnos, nos juntamos. *** Y cuánta razón tenía.


Porque, digo yo: ¿existen los dientes, si no se juntan en la boca? ¿Existen los dedos, si no se juntan en la mano?


Juntarnos: y no sólo para defender el precio de nuestros productos, sino también, y sobre todo, para defender el valor de nuestros derechos. Bien juntos están, aunque de vez en cuando simulen riñas y disputas, los pocos países ricos que ejercen la arrogancia sobre todos los demás. Su riqueza come pobreza, y su arrogancia come miedo. Hace bien poquito, pongamos por caso, Europa aprobó la ley que convierte a los inmigrantes en criminales. Paradoja de paradojas: Europa, que durante siglos ha invadido el mundo, cierra la puerta en las narices de los invadidos, cuando le retribuyen la visita. Y esa ley se ha promulgado con una asombrosa impunidad, que resultaría inexplicable si no estuviéramos acostumbrados a ser comidos y a vivir con miedo.


Miedo de vivir, miedo de decir, miedo de ser. Esta región nuestra forma parte de una América Latina organizada para el divorcio de sus partes, para el odio mutuo y la mutua ignorancia. Pero sólo siendo juntos seremos capaces de descubrir lo que podemos ser, contra una tradición que nos ha amaestrado para el miedo y la resignación y la soledad y que cada día nos enseña a desquerernos, a escupir al espejo, a copiar en lugar de crear. *** Todo a lo largo de la primera mitad del siglo diecinueve, un venezolano llamado Simón Rodríguez anduvo por los caminos de nuestra América, a lomo de mula, desafiando a los nuevos dueños del poder:


-Ustedes –clamaba don Simón-, ustedes que tanto imitan a los europeos, ¿por qué no les imitan lo más importante, que es la originalidad?


Paradójicamente, era escuchado por nadie este hombre que tanto merecía ser escuchado. Paradójicamente, lo llamaban loco,


porque cometía la cordura de creer que debemos pensar con nuestra propia cabeza,


porque cometía la cordura de proponer una educación para todos y una América de todos, y decía que al que no sabe, cualquiera lo engaña y al que no tiene, cualquiera lo compra,


y porque cometía la cordura de dudar de la independencia de nuestros países recién nacidos:


-No somos dueños de nosotros mismos –decía -. Somos independientes, pero no somos libres. *** Quince años después de la muerte del loco Rodríguez, Paraguay fue exterminado. El único país hispanoamericano de veras libre fue paradójicamente asesinado en nombre de la libertad. Paraguay no estaba preso en la jaula de la deuda externa, porque no debía un centavo a nadie, y no practicaba la mentirosa libertad de comercio, que nos imponía y nos impone una economía de importación y una cultura de impostación.


Paradójicamente, al cabo de cinco años de guerra feroz, entre tanta muerte sobrevivió el origen. Según la más antigua de sus tradiciones, los paraguayos habían nacido de la lengua que los nombró, y entre las ruinas humeantes sobrevivió esa lengua sagrada, la lengua primera, la lengua guaraní. Y en guaraní hablan todavía los paraguayos a la hora de la verdad, que es la hora del amor y del humor.


En guaraní, ñe'é significa palabra y también significa alma. Quien miente la palabra, traiciona el alma.


Si te doy mi palabra, me doy. *** Un siglo después de la guerra del Paraguay, un presidente de Chile dio su palabra, y se dio.


Los aviones escupían bombas sobre el palacio de gobierno, también ametrallado por las tropas de tierra. Él había dicho:


-Yo de aquí no salgo vivo.


En la historia latinoamericana, es una frase frecuente. La han pronunciado unos cuantos presidentes que después han salido vivos, para seguir pronunciándola. Pero esa bala no mintió. La bala de Salvador Allende no mintió.


Paradójicamente, una de las principales avenidas de Santiago de Chile se llama, todavía, Once de Setiembre. Y no se llama así por las víctimas de las Torres Gemelas de Nueva York. No. Se llama así en homenaje a los verdugos de la democracia en Chile. Con todo respeto por ese país que amo, me atrevo a preguntar, por puro sentido común: ¿No sería hora de cambiarle el nombre? ¿No sería hora de llamarla Avenida Salvador Allende, en homenaje a la dignidad de la democracia y a la dignidad de la palabra? *** Y saltando la cordillera, me pregunto: ¿por qué será que el Che Guevara, el argentino más famoso de todos los tiempos, el más universal de los latinoamericanos, tiene la costumbre de seguir naciendo? Paradójicamente, cuanto más lo manipulan, cuanto más lo traicionan, más nace. Él es el más nacedor de todos.


Y me pregunto: ¿No será porque él decía lo que pensaba, y hacía lo que decía? ¿No será que por eso sigue siendo tan extraordinario, en este mundo donde las palabras y los hechos muy rara vez se encuentran, y cuando se encuentran no se saludan, porque no se reconocen? *** Los mapas del alma no tienen fronteras, y yo soy patriota de varias patrias. Pero quiero culminar este viajecito por las tierras de la región, evocando a un hombre nacido, como yo, por aquí cerquita.


Paradójicamente, él murió hace un siglo y medio pero sigue siendo mi compatriota más peligroso. Tan peligroso es que la dictadura militar del Uruguay no pudo encontrar ni una sola frase suya que no fuera subversiva, y tuvo que decorar con fechas y nombres de batallas el mausoleo que erigió para ofender su memoria.


A él, que se negó a aceptar que nuestra patria grande se rompiera en pedazos;


a él, que se negó a aceptar que la independencia de América fuera una emboscada contra sus hijos más pobres, a él, que fue el verdadero primer ciudadano ilustre de la región, dedico esta distinción, que recibo en su nombre.


Y termino con palabras que le escribí hace algún tiempo: 1820, Paso del Boquerón. Sin volver la cabeza, usted se hunde en el exilio. Lo veo, lo estoy viendo: se desliza el Paraná con perezas de lagarto y allá se aleja flameando su poncho rotoso, al trote del caballo, y se pierde en la fronda.


Usted no dice adiós a su tierra. Ella no se lo creería. O quizás usted no sabe, todavía, que se va para siempre.


Se agrisa el paisaje. Usted se va, vencido, y su tierra se queda sin aliento.


¿Le devolverán la respiración los hijos que le nazcan, los amantes que le lleguen? Quienes de esa tierra broten, quienes en ella entren, ¿se harán dignos de tristeza tan honda?


Su tierra. Nuestra tierra del sur. Usted le será muy necesario, don José. Cada vez que los codiciosos la lastimen y la humillen, cada vez que los tontos la crean muda o estéril, usted le hará falta. Porque usted, don José Artigas, general de los sencillos, es la mejor palabra que ella ha dicho.


Eduardo Galeano, escritor y periodista uruguayo, autor de Las venas abiertas de América Latina, Memorias del fuego y Espejos/Una historia casi universal.




viernes, 4 de julio de 2008

El Impuesto impuesto

Por Javier Ortiz


Va usted de noche por la calle, camino de su casa, y de súbito surge de la oscuridad un individuo que le apunta con una pistola. Pongamos que al asaltante le va lo clásico y que le espeta: “¡La bolsa o la vida!”. Usted, que prefiere la vida a la bolsa (es como lo de “¡Patria o muerte!”; no hay color) se saca la billetera del bolsillo y se la entrega.


El tipo se escapa con ella y usted, todavía con tembleque en las piernas, se dirige apesadumbrado a la comisaría más cercana para presentar la preceptiva denuncia. Y resulta que el comisario, cuando oye su relato de los hechos, le dice que no tiene más remedio que denunciar su comportamiento ante el juez de guardia, porque bien podría ser que lo que usted ha hecho constituya un delito de colaboración con la delincuencia. “¡No me negará que ha contribuido a financiar a un ladrón! ¡Gracias al dinero que le ha dado, ese individuo podrá subsistir y seguir cometiendo delitos!”, le reprocha. Y ordena que, de momento, lo recluyan en una celda. Con lo cual queda usted convertido en víctima por partida doble.


El absurdo kafkiano que acabo de caricaturizar lo practican cada tanto algunos jueces de la Audiencia Nacional. Se empeñan en que es delito pagar el pésimamente llamado impuesto revolucionario de ETA (que es impuesto, y vaya que sí, y por las armas, pero no tiene nada de revolucionario). Y procesan a quienes lo abonan. ¡Qué más quisieran sus víctimas que no pagarlo! Pero si la opción es “la bolsa o la vida”, prefieren la vida.


Recuerdo el caso, hace no muchos años, de varios chefs de la alta cocina vasca (Arzak y Berasategi entre ellos, si la memoria no me falla) a los que acusaron de haberse resignado a la extorsión de ETA. ¡Qué felones! Se supone que deberían haberse plantado en la barandilla de la playa de la Concha y haber clamado: “¡Disparad! ¡He aquí mi pecho heroico! ¡Deseo fenecer por Dios y por la Patria!”


Los jueces de la Audiencia Nacional que, a diferencia de los chefs y de la mayoría de los empresarios, no están la mayor parte del día indefensos y a tiro de cualquiera, pueden permitirse juzgar severamente la falta de heroísmo de los demás. Vaya personajes.



Aparecido en Público

Viñeta de Kalvellido

martes, 1 de julio de 2008

La Otra Inmigración

Javier Ortiz


La Comunidad Valenciana ha decidido no seguir prestando atención médica gratuita a los prejubilados británicos. Cuando caduquen sus tarjetas sanitarias, tendrán que elegir entre pagarse un seguro médico o abonar directamente el precio de las prestaciones que reciban.


Así dicho, suena feo. Pero, visto el asunto más de cerca, bien podría decirse que es lo menos que cabía hacer.


El CIS pregunta sistemáticamente a la ciudadanía autóctona por “el problema de la inmigración”. Pero los datos demuestran que la inmigración extranjera en edad laboral aporta a nuestra colectividad bastante más de lo que recibe de ella. Incluso recurre menos a los servicios de la Sanidad pública que la población aborigen.


Pero en España no hay una sola inmigración. Está la pobre, procedente del Tercer Mundo, pero también está la rica. Ésta se compone, casi en su totalidad, de jubilados que vienen de la Europa fría escapando de las malas condiciones climatológicas de sus países de origen para pasar en nuestras costas cálidas lo que les queda de vida. (Una decisión muy inteligente porque, según me comentó uno de ellos, sólo con lo que se ahorran en calefacción pueden vivir varios meses aquí.)


Los cálculos más modestos dicen que son ya más de un millón. Apenas aportan nada –casi todo lo que consumen, paellas aparte, es de importación– pero absorben una pasta gansa en toda suerte de servicios, incluyendo, muy especialmente, los sanitarios. Id de visita a cualquier hospital de la costa mediterránea, de Baleares o de Canarias, y preguntad cuántas camas están ocupadas por ancianos de la Europa del Norte. Y qué proporción de intervenciones quirúrgicas los tienen por destinatarios.


Ya sé que sus gobiernos –salvo casos excepcionales, como el de los prejubilados británicos– pagan un tanto por tales servicios, pero eso tal vez compense al Estado español; no, desde luego, a la ciudadanía costera que soporta las consecuencias de la saturación de los servicios sanitarios, la sobrecarga del conjunto de las infraestructuras, el enloquecido consumo de agua... y todo el etcétera restante.


Ahí sí que tenemos un problema real de inmigración.

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(Aparecido en Público el 1 de julio de 2008)
Viñeta de Kalvellido