¿Cómo se explica esta indolente aceptación de la analgésica realidad española? ¿ Es que acaso casi 4,5 millones de parados, 8 míticos, pero insultantes millones de pobres y precarizados, medio millón de mayores de 65 años que malviven con 336,33 euros de pensión de por vida, o ese 63,8% de jóvenes menores de 35 años que tienen un contrato temporal de menos de un año de duración, no es suficiente sonrojo y motivo para desempolvar las viejas pancartas y los viejos lemas contra el sistema capitalista, para plantarse de verdad y volver a la calle que ya es hora?¿Qué estrategias, bloqueos, dinámicas o contrapoderes están funcionando para que la clase obrera, las clases precarizadas, las clases medias pauperizadas, los colectivos menos insertados en las dinámicas productivas y reproductivas y, en general, las gentes que viven sin nómina, o con ella secuestrada, una prestación social o un subsidio de desempleo, no sólo no asalten el palacio de invierno, sino que callen, que silencien su misión y sumisión y que acepten beneplácitamente este estado de cosas cual servidumbre voluntaria?
Porque aquí hay una crisis reconocida, datada, certificada y evidenciada hasta la saciedad. Se notan sus efectos sobre el papel, sobre los medios, sobre el inconsciente colectivo, el imaginario social, en las fábricas, talleres, y al parecer sobre las biografías sangrantes de las gentes a las cuales se les reclama para que escenifiquen su pasión diaria. Hablan los índices de consumo, estremecen los de paro, rechinan los del escaso y raro ahorro, asustan los de la inflación, intimidan los de la recesión, e inquietan los de los sueldos ultra congelados. Pero apenas pasa nada. Porque ha pasado mucho sin que apenas nadie se enterara. O todos mirásemos para otro lado. Como si todo ello no fuera con nosotros. Y me pregunto si debería de pasar algo, o por el contrario esta pregunta no tenga respuesta en este estado de cosas. Creo que sí. A no ser que un potente sistema esté frenando o anulando individualmente un enorme potencial de protesta y resistencia que no encuentra salida de forma colectiva. Porque está bloqueado en una esfera desconocida, porque la impotencia social está sometida a un férreo control, el de los cuerpos y las almas privatizados, aislados del resto de seres sufrientes. Del resto de los yoes precarizados. Y eso nos bloquea. Pero ese bloqueo necesita de herramientas poderosísimas que ejerzan la presión que blindan al sistema. Por eso el tardocapitalismo, ayudado por sistemas de contención, control y privatización, ha individualizado toda estrategia de combate, eliminando toda disposición colectiva, toda dinámica social, esa que un día derribó los muros de contención de un mundo radicalmente injusto.
Me inclino por esto último. Y es que hay tres poderosísimas macroestrategias altamente incapacitantes: los grandes sindicatos, el sistema de protección social y el sistema clínico de salud. Creo que cada uno de ellos despliega sobre las vidas individualizadas una narcotizada esencia de alta densidad que incapacita para la resistencia, que justifica la impotencia social y política y bloquea la rebeldía y crítica radical.
Publicado en Rebelión
Imagen Kalvellido
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