Paco RodaLos tres frentes narcotizantes del malestar social, al margen de otras dinámicas sociales y culturales inmovilizadoras, tienen su espacio productivo, su esfera de reproducción y validación de un discurso y de una práctica desde el poder establecido. El trabajo, la salud y la protección ante la adversidad social configuran la trilogía básica de las necesidades por cubrir. Cada uno de los tres sistemas actúa como centro difusor de dinámicas absolutamente individualizadas lo que ha blindado toda pretensión de enfrentamiento comunitario y social ante la adversidad. Porque ésta pasa a ser una cuestión personal, alejada de los modos de exclusión clásica que configuraron las dinámicas de la lucha clases de los siglos XIX y XX
Veamos como operan cada uno de ellos. Es muy difícil, por no decir imposible, saber cuántos millones de euros perciben los sindicatos mayoritarios por parte del gobierno central en concepto de subvenciones y aportaciones directas destinados a financiar las diferentes estrategias de acción, formación, difusión, mantenimiento de estructuras, prácticas de consenso colectivo mediante la regulación de convenios laborales y otras modalidades aquí irreconocibles o indefinidas. Algún medio ha informado recientemente que el Gobierno subvenciona a CCOO y UGT con unos 15 millones de euros, a repartir prácticamente por partes iguales entre los dos. Los sindicatos USO y el vasco ELA-STV han recibido aproximadamente medio millón cada uno. La lista, al parecer es larga. En este estallido de subvenciones, 6000 empleos diarios se destruyen en sus más diversas modalidades. Y sin embargo nadie se mueve. Nadie protesta, salvo en contadas excepciones que no llegan a definir una estrategia de combate. De seguir este ritmo nos aproximaremos a los 5 millones de desempleados. Unas tasas de paro que doblarán la media europea. Sin embargo no hay explicación política, desde una lógica de la confrontación de clases, que permita interpretar la inexistente respuesta sindical global ante una respuesta adecuada a esta semejante sangría laboral. O sí.
Digamos que la afiliación sindical en el reino de España, comparada con otras naciones, es baja o muy baja. Aquí estar afiliado a un sindicato tiene pocas ventajas. Porque la sindicación no aumenta laboralmente los beneficios laborales. Porque la negociación colectiva es para todos los trabajadores, con independencia de que se esté afiliado o no. Quizá el plus de la sindicación venga explicado por el posible apoyo jurídico ante una eventualidad personal. Posiblemente esto explique el bajísimo nivel de sindicación, concepto clave por el que los que los sindicatos reciben subvenciones. Y no sólo en función de su representatividad, sino como incentivo para la activación de las políticas formativas y demás estrategias. El artículo 28.1 de la Constitución garantiza la libertad sindical, concepto que sabiamente utilizado por los principales sindicatos sirve para financiar las más variadas actividades formativas y sindicales. Pero esta financiación se realiza con el esfuerzo de toda la ciudadanía, incluidos pensionistas, empresarios y trabajadores, muchos de los cuales ni se benefician ni se beneficiarán de la labor sindical y sus productos derivados de la acción negociadora. Así que una primera reflexión debiera situar a los sindicatos en su justo lugar. Si a la Iglesia se le pide que se autofinancie con las aportaciones de sus fieles, a los sindicatos también. Porque vivir de las prestaciones y subvenciones públicas, aunque su destino sea laico y potencialmente combativo, no es la mejor forma de garantizar la independencia de estas organizaciones. Y aquí se esconde la primera clave desmovilizadora. No es difícil evaluar y concluir que una política de lucha contra la exclusión laboral, la pobreza, la precariedad laboral y social, la deslocalización salvaje, los recortes salariales y demás medidas desfavorecedoras del mantenimiento del empleo, no se puede mantener activa cuando no se tiene autonomía. Los actuales sindicatos mayoritarios, UGT y CC.OO están bloqueados frente al auténtico poder político y laboral porque sus estrategias de lucha, en el fondo absolutamente individualizadas, no caben, no pueden tener consecuencias mientras estén recibiendo un pago por su compromiso y responsabilidad social que no es otra, en este momento, que la pacificación social a través del bloqueo de todas las iniciativas que cuestionen el orden laboral, social, económico y sindical establecido. Creo que las políticas formativas y sindicales, a través de sus diversas estrategias de gestión de la propia organización sindical, pueden generar miles de puestos de trabajo agradecidos, despachos, agencias y dinámicas económicas favorecedoras de empleo. Cierto. Pero esta economía es blanda y subsidiaria. Porque estas dinámicas generan miles de dependencias individuales y personales, miles de deudas conformistas y miles de abdicaciones agradecidas. En definitiva, un auténtico sistema de relaciones clientelares y de correspondencias no manifestado, no evidenciado y poco visible. Porque es privado, y como tal bloquea no pocas resistencias personales y colectivas.
Si la organización y las agencias sindicales actuales, lejos de participar de los principios que las inspiraron, hoy se configura como un potente y eficaz profiláctico laboral, social y político; el sistema de protección social, con los Servicios Sociales al frente, sintetizan en sus principios de actuación y comprensión de la estructura social y económica, otra estrategia de contención del conflicto social. Y es que aquel viejo orden mundial, el que explicaba, al menos teóricamente los fundamentos de las diferencias de clases, la cultura de la pobreza, la proletarización del mundo y las luchas por las emancipaciones colectivas; ha sucumbido. Porque hoy es el conflicto global el antídoto de cualquier duda cartesiana. Y ese conflicto social, tan presente hasta los años 80 del pasado siglo, se ha despolitizado reconvirtiéndose en un asunto personal e individual aupado tras la victoria del yo narcisista. Así que no esperéis lectores, ninguna resistencia de unos sindicatos algodonosos y claudicantes ante la deforestación sociolaboral de nuestras relaciones mercantiles, no esperéis nada de las agencias de voluntarios que inundan el mundo; excepto su meritoria, reconocida y siempre excitante pasión por el prójimo. Pero marcadamente neutral e institucionalizada. No esperéis nada de las agencias sociales, de los grupos institucionalizados de presión social, no esperéis nada porque todo ello forma parte de una estrategia de contención del conflicto social, cada vez menos politizado, menos social y más blindado en su lectura y posibles alternativas de cambio social real.
Publicado en Rebelión
Imagen de Kalvellido
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